sábado, 9 de marzo de 2013

Las vírgenes de Salem...




Un capítulo clamoroso en la historia de la brujería es el constituido por los procesos deSalem, alrededor de los cuales surgió en Amércia una vasta literatura.
Salem, situada a pocos kilómetros de Boston, era en 1692 una pequeña colonia agrícola de puritanos que transcurría con una vida tranquila y serena alrededor del pastor Parris. Un día, hacia la mitad de nero de aquel mismo año, Parris vió desde el púlpito a su pequeña Betty, de nueve años de edad, abandonarse a clamorosas manifestaciones de histerismo.
Sus gritos tremendos resonaron en medio del riguroso silencio de la sala y señalaron el inicio de la omplicada historia que mantuvo durante un año a los habitantes de Salem bajo el dominio del terror.
Betty y su pequeña prima Abigail Williams, de once años, vivían en casa del excesivamente atareado pastor una adolescencia un poco abandonada e incontrolada. Absorbían en aquel ambiente saturado del más absoluto calvinismo convicciones demasiado rígidas, empropias y peligrosas para su edad.
Con un estado de ánimo de esta clase, las dos primas encontraron un inmenso consuelo en reunirse con Tituba, una esclava mestiza sin edad, medio negra y medio del Caribe, que el pastor había trído consigo de las Barbados. Con los conocimientos de magia que había adquirido en la lejana isla de las Antillas y que tenían resabios africanos, Tituba transportaba a sus dos pequeñas señoras a un reino fabulosos que dependía del más allá y de sus misterios. Muy pronto, con la sensación de hacer algo prohibido y atrayente, casi todas las niñas de Salem tomaron la costumbre de reunirse clandestinamente en la cocina de Tituba.
Todo éste pequeño mundo escondido se dió  conocer cuando Betty, pocos días después del episodio e la iglesia, hizo otras extrañas manifestaciones, acompañándole su prima Abigail, poniéndose a ladrar como un perro y paseándose a cuatro patas entre los muebles de la casa del pastor. Se llamó a un médico, el cual dijo que sus conocimientos no servían de nada para curar ese mal, ya que, evidentemente, no era físico. Era incuestionable que el demonio había fijado su residencia en aquella localidad.
Una después de la otra, todas las niñas de Salem fueron interrogadas y fue dado a conocer el nombre de Tituba. Después, poco a poco, cada una de las niñas, por la mañana, empezó a revelar algunas visiones que había tenido durante la noche; personas que iban a verlas llevando en la mano el "libro negro" para inducirlas a firmar su afiliación al demonio, brujas que en sueños las habían perseguido, visiones de Saba llenas de personas desconocidas.
Las cárceles se llenaron de sospechosos y el juicio y la encuesta tuvieron lugar en una atmósfera llena de excitación. Las supuestas brujas eran interrogadas en la iglesia, ante la masa formada por los fieles, por los magistrados que habían llegado de Boston, armados de algunas verdades concretas: para ellos, eran culpables de brujería los que tenían ciertos signos en la piel y los que se hallaban en conexión con algunas enfermedades o desgracia como consecuencia de una pelea. Basándose en éste último principio, Rebeca, la vieja matrona del pueblo, llamada afectuosamente matrona y que hasta aquel día fue amada por todos, fue acusada, hallando la muerte. Se le había aparecido a una muchacha y la gente se acordó que hacía algunos años sus cerdos se habían ido al campo de un vecino, con el que Rebeca estaba peleada, y que aquel hombre había muerto.
Contra Susana Martín, que ya hacía veinte años vivía rodeada de sospechas, las pruebas fueron mucho más directas; había dicho a un campesino que se había negado a prestarle un carro: "tus bueyes ya no servirán para nada", y sus bueyes, poseídos por el demonio, se habían caído en el mar y se perdieron. Se sabía además, que Susana caminaba por las calles llenas de barro sin mojarse los zapatos.
Nadie en Salem tenía ya ganas para pensar en el trabajo de los campos, y la iglesia estaba siempre atestada de gente. En el banco de los sospechosos las personas respondían a las preguntas dándoles la espalada: detrás de ellos se hallaba la hilera de las muchachas acusadoras. Cuando alguna mujer negaba ser una bruja, las niñas chillaban como obsesas, porque decían, el espíritu de aquella mujer las perseguía. La autosugestión era tan grande que bastaba que una acusada moviera la cabeza o un brazo para que todas las demás hicieran lo mismo.
En junio tuvieron lugar las primeras condenas. Una siniestra carreta llevaba a los reos al "monte del ahorcado", donde las ejecuciones eran públicas. Sara Good, invitada por un sacerdote a confesar en aquel momento supremo que era una bruja, gritó desde el patíbulo: "Mientes, yo no soy más bruja que tú, mago; si me quitan la vida, Dios te dará sangre para beber" Algunos años después el sacerdote murió de una hemorragia, y mucho recordaron las profecías de la vieja.
Mientras tanto, en julio, el diablo se había trasladado a la vecina Andover, produciendo en sus habituales frutos, enfermedades extrañas, alucinaciones, etc.
Las prodigiosas muchachas de Salem, requeridas, fueron a Andover, y naturalmente, vieron en sus alucinaciones una cantidad enorme de brujas. Para reconocerlas re procedió de distinta manera que la anterior. Muchísimas personas fueron obligadas a desfilar, con los ojos vendados, ante las muchachas, las cuales debían tocarlas con las manos: los que se estremecían ante el contacto eran reos. El experimento fue enervante, ya que todos acababan por estremecerse, y la ciudad, llena de pánico, conocí el precipitado fin de sus habitantes.
Finalmente, un rico comerciante de Andover tuve un recurso genial: denunció a sus acusadores por calumnia, pidiendo mil libras esterlinas de indemnización si no conseguían probar sus acusaciones. Casi todos los restantes imputados hicieron lo mismo, y antes semjante amenaza, las acusaciones fueron retiradas una a una. Poco a poco, las aguas fueron calmándose y después de las ejecuciones de enero de 1693, un año justo desde el inicio del escándalo, la vida siguió su curso normal.
Salem parecía despertarse de una pesadilla, pero llevaba consigo los síntomas de la tormenta: veinte personas inocentes habían sido ejecutadas.

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